En Japón, Hawaii, San Francisco y otros lugares del Pacífico, existen figuras de gatos de varios tamaños, casi siempre hechas de porcelana. El gato está sentado con una mano levantada pegada a la cabeza, ya sea del lado derecho o del izquierdo, en actitud de saludar o llamar. Invariablemente son de color blanco con una mancha negra grande en cada pata, en la cabeza y la espalda; la cola es totalmente negra; tienen un collar rojo del que cuelga un cascabel dorado; los ojos son negros, de mirada tierna, de aspecto obviamente oriental; algunos de estos gatos detienen con una de sus manos unas palabras en japonés, de buena suerte.
Estas figuras, o Maneki Neiko, se venden con gran éxito por dos leyendas japonesas. En un atardecer, cuenta la primera, un príncipe regresaba a caballo a su castillo por un bosque, cuando de repente se atravesó un gato que se paró frente a su brioso caballo. El príncipe, que como todos los japoneses amaba a los gatos, para no lastimarlo detuvo su caballo y lo dirigió hacia un lado del camino. Pero el gato se paró una vez más impidiéndole el paso; entonces el príncipe se hizo para el lado contrario y el gato por tercera vez se colocó frente a él. Al ver la insistencia del gato en su deseo de impedirle el paso, el joven se preguntó qué era lo que estaba tratando de decirle. Como si el gato le hubiera leído la mente, lo llamó con su mano hacia una vereda y el príncipe lo obedeció. La vereda conducía a un pequeño templo abandonado y como ya comenzaba a oscurecer, decidió pasar allí la noche. Desde el templo, su escolta descubrió que en el camino en que iban, les habían tendido una emboscada para matar al príncipe. Este, en agradecimiento a aquel que lo había salvado, mandó reconstruir el templo y mantener a los gatos que ahí vivían.
La segunda leyenda es más bien un acontecimiento conocido. Esta historia se relaciona con el templo de Gotukuji, de la secta Sodo de los budistas Zen. En el patio de dicho templo se venden figuras de gatos con la mano levantada. Los visitantes los compran y los regalan a sus amigos o familiares cuando abren un negocio o contraen matrimonio. Se cree que traen muy buena suerte a quienes reciben tal obsequio.
La costumbre data del año 1640, cuando un señor feudal obedeció al llamado de un gato de este templo para entrar y visitarlo. De esta manera, él y su comitiva se salvaron de morir fulminados por un rayo. El señor feudal mandó renovar el templo y alimentar bien a sus gatos.
Es interesante añadir que en los templos budistas siempre hay gatos para cuidar del peligro de las ratas. Los monjes también consideran a los gatos como un buen ejemplo para meditar por su tranquilidad y las posiciones que adoptan, además de su ronroneo. Por lo general estos gatos son blancos porque este es el color vinculado a la pureza. ¿Interesante no crees?
La doctora Irene Joyce Blank Hamer ha dedicado su vida al estudio y la práctica de la medicina veterinaria y ha hecho extensas investigaciones sobre perros y gatos que encontramos plasmadas en diversos libros.
BLANK Hamer, Irene. Nuestro Gato. Editorial Trillas. México 1995.
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